¡Hola a todos!
Temporalmente voy a cerrar el blog para dedicarme a otros menesteres.
Prometo volver pronto con nuevas ideas y fuerzas renovadas.
Un besazo muy grande a todos y ¡felices fiestas! (Ya se que es pronto, pero es que las Navidades cada vez empiezan antes, jeje).
sábado, 25 de noviembre de 2017
miércoles, 22 de noviembre de 2017
LIBROS: VISITATION STREET- BABILONIA- PECADO.
VISITATION STREET (2013)
Ivy Pochoda (Nueva York, 1976)
Los tres libros que voy a comentar a continuación
tienen la peculiar característica de que estaban situados en la estantería
dedicada a novela negra o detectivesca y quizá, exceptuando el último, yo no
los incluiría en este género (aunque sí que es cierto que tienen elementos de
literatura negra pero como de refilón).
Visitation street es la historia de la desaparición de
dos adolescentes una noche en la que se embarcan en una balsa de goma intentando
atravesar la espesura del mar de Nueva York. Este hecho le sirve de pretexto a
la escritora Ivy Pochoda para hablarnos de vidas apartadas y marginadas; de personas
que habitan en bloques de pisos en un rincón desolado de la ciudad; de ambientes “repletos” de vacío existencial,
exclusión o aislamiento; de hombres y mujeres con cicatrices invisibles que
viven como pueden o sienten.
Y es así como una serie de personajes cansados,
desinteresados y al borde de sí mismos, deambulan por las calles de este barrio
intentando reescribir su historia: una chica que no soporta la idea de haber
sobrevivido a su mejor amiga, un profesor de música que no sabe qué camino escoger,
un muchacho negro, cuyo padre acaba de ser asesinado y que no quiere seguir los
pasos de otros que acabaron mal, un joven que vuelve al “hogar” y cuya
enigmática figura desencadenará historias enterradas pero no olvidadas. Y algunos
más. Hay varios misterios que se resolverán al final. Pero repito, la historia
es algo más: es el mosaico de vidas en desorden, donde la soledad, como suele
ocurrir en estos casos, es el principal protagonista de una novela bonita, a
ratos muy emotiva, pausada en el buen sentido, intensa y muy recomendable.
BABILONIA (2016)
Yasmina Reza (París, 1959)
Esta curiosa novela ganó el premio Renaudot 2016 y fue calificada como
“Una tragicomedia feroz con toques de thriller”. Me gusta esta definición, pero
que nadie se lleve a equívoco con lo de thriller, es una historia bastante
intimista y en todo caso sería una especie de thriller doméstico.
La novela tiene una mezcla de géneros muy interesante, pero una de las
cosas que más me ha gustado es que a ratos me ha parecido realmente divertida.
Aunque hay que avisar que el humor que destila es más bien negro (o azul
oscuro) e irónico, algo que no a todo el mundo gusta (a mí me encanta).
Elisabeth es una ingeniera de patentes del Instituto Pasteur, está a
punto de jubilarse y vive una época apesadumbrada por la muerte de su madre. Su
vida es un tanto rutinaria al lado de su marido Pierre, así que decide
organizar una cena con amigos y vecinos, entre ellos el matrimonio Manoscrivi,
Jean Lino y Lidie, que serán vitales en el desarrollo de la historia.
La novela está narrada en primera persona y mezcla recuerdos del pasado
con momentos del presente de una manera a veces caótica, pero comprensible y
deliciosa. A raíz de la fiesta, el tono cambia para volverse cada vez más
desenfadado y achispado hasta que un acontecimiento inesperado establece un
punto de inflexión en la cotidianeidad de los personajes, que pone todo patas
arriba y que es mejor no desvelar.
Una narrativa brillante, desenvuelta y mordaz para describir, una vez
más, la soledad, la desorientación o la pérdida del rumbo.
PECADO (2017)
Benjamin Black (Wexford, Irlanda, 1945)
El escritor John Banville utiliza de nuevo su pseudónimo Benjamin Black
para adentrarse en el género negro, pero esta vez dejando de lado a su
inigualable protagonista habitual, el patólogo forense Quirke, para
presentarnos una nueva serie y al joven inspector Strafford.
De las tres novelas esta es la que mejor encaja en la literatura de
detectives (claro, tratándose el protagonista de un inspector, jeje), pero como
siempre que nos adentramos en el mundo de Benjamin Black, no nos encontramos con la
típica investigación del caso en la que la identidad del asesino es el
principal escollo.
Estamos en los años cincuenta. Un cura de pueblo aparece asesinado en la
mansión de Ballyglass House (apuñalado y castrado, ejem). Strafford se
instalará en este pueblo durante unos días en los que se verá acompañado de los
personajes más peculiares y extravagantes.
De nuevo la ambientación, los pensamientos, las relaciones entre los
individuos y las particularidades de cada uno, van a ser una constante en el libro.
El inspector se sumerge en un mundo de opacidad en el que las personas se le
presentan como actores que representan una función teatral.
Strafford aparenta ser frío y poco sensible y de entrada no tiene el
carisma del achuchable Quirke, ese triste, solitario y poco convencional
patólogo con el que te encariñas enseguida. Pero tiene un punto misterioso y
atractivo:
“—¿Ha visto usted muchos? Asesinatos y cosas así.
Strafford esbozó una leve sonrisa.
—No hay “cosas así”… El asesinato es único. “
Habrá que esperar a nuevas entregas para hacernos más a la idea, pero
aunque para una servidora no está a la altura de la serie anterior, no es una
novela para nada desdeñable. Por cierto, ha sido premio RBA de novela policíaca
2017.
jueves, 16 de noviembre de 2017
RELATO: REMINISCENCIAS
Mi vida dio un giro radical cuando empecé a hablar con los muertos. Fue
un día gris y lluvioso en el que no tenía grandes cosas que hacer. Recuerdo que
estaba sentado en el sofá sin ningún plan preestablecido, ni pendiente de
llamadas inesperadas, ni mucho menos visitas por sorpresa. El primero que se me
apareció fue un animal, en concreto mi perro Sócrates. No Pluto,
ni Roy, ni Aníbal. No entiendo por qué, tampoco había sido el
último en morir, ni había sido un perro especial en nada. Pero fue él el que
entró por la puerta de la sala con su andar cansino de bulldog inglés, para
sentarse después y posar su mirada de párpados caídos en mi careto. Como
conclusión pensé que la aparición de muertos es más bien aleatoria o sujeta al
azar. Sus primeras palabras no fueron nada consoladoras:
—No esperes nada en el otro lado, todo acaba aquí.
Yo le pregunté sorprendido:
—Y entonces, ¿por qué has venido? ¿Por qué te has hecho visible si ya no
eres nada?
—Yo no he venido, tú eres el que me ves, no te confundas.
El perro se fue por el sitio por donde había venido, no sin antes darse
la vuelta y añadir con pesimismo:
—Solo sé que no sé nada.
Aquello me dejó de piedra. ¿Se me habría ido la pinza?
Afortunadamente aquella deducción que saqué inicialmente era errónea.
Las manifestaciones de los difuntos comenzaron a ser más gratas y agradecidas.
Con lo cual rechacé la teoría del azar para inclinarme por algo más bien
preestablecido por las fuerzas que se sitúan en el más allá. Un día estaba
llorando en la cocina y mi abuela se sentó junto a mí:
—¿Por qué lloras hijo?
—Tengo miedo abuela, ¿la muerte duele?
—Qué va hijo. Simplemente dejas de sentir, y pasas a ser lo mismo que
eras cuando no habías nacido: algo así como una estrella en el cielo.
—¿Y eso del túnel con la luz al final?
—Tonterías. Inventos de algún vivo sin imaginación.
Puse mi cabeza sobre su pecho y me dejé acunar, al igual que cuando era
un niño e iba a comer a su casa cuando mi madre tenía que trabajar. Siempre he
sido muy familiar. Mi abuela tarareó una canción horas y horas…
Mi padre tenía un carácter muy reservado, grave, de esas personas que te
miran de refilón al pasar porque intuyen que has hecho algo malo. Cuando le
intuía cerca siempre pensaba que me iba a llevar alguna colleja o algo, pero
incomprensiblemente, a pesar de su dureza y rigidez, nunca me pegó.
A él me lo encontré sentado en el sofá mirando la televisión apagada. La
muerte no parecía haberle cambiado su expresión, que seguía siendo ruda y
taciturna:
—Papá me alegro de verte; nunca tuvimos una conversación de más de
cuatro palabras.
—Bueno, tampoco es que yo haya cambiado mucho.
—Ya veo.
—¿Qué tal tu madre?
—Igual. Igual de mal ¿no la ves?
—No, solo te veo a ti. Mejor dicho: tú me ves a mí. —Otra vez las mismas
palabras, igual que el perro.
Pasó un tiempo; pudieron ser minutos u horas. Luego habló de nuevo:
—Algo me dice que esa conversación va a tener que esperar. No me salen
las palabras. Quizás en otro momento.
—Solo una cosa papá, ¿se sufre ahí… dónde estás?
Y entonces me miró con un especial cariño por primera vez en su vida,
quiero decir… en su muerte.
—El sufrimiento es solo una percepción de nuestra mente, hijo, de
nuestra consciencia. La muerte es la última etapa de la vida, cuando todo deja
de ocurrir…
Lo cierto es que nunca me había encontrado mejor en toda mi larga
existencia. Yo, que soy un ser solitario, me sentía muy acompañado con estas
conversaciones que nunca acababan en un punto y final. Mi madre estaba
muriéndose por aquel entonces y con su partida no me quedaba nadie cercano. No
me había casado, ni había tenido hijos. Mi mejor amigo, Manuel, había muerto también de forma prematura en un
accidente de tráfico. La muerte, que me había acompañado a lo largo de mi vida
en su versión más cruel, ahora parecía resarcirme de todo el dolor sufrido.
Fue toda una alegría cuando encontré a Manuel jugando solo al fútbol en
un terreno abandonado del pueblo.
—¡Manuel! Qué gusto me da verte…—Intenté abrazarle, pero algo me lo
impidió.
—¡Eusebio! Quién me lo iba a decir.
Estuvimos jugando toda la tarde, fue uno de los días más felices de mi
vida. Al anochecer, cuando Manuel se despidió, me di la vuelta casi sin
resuello por el ejercicio. Estaba tan excitado que no me percaté de la escena
hasta que levanté la cabeza y vi a un grupito de gente compuesto por niños y
adultos que me miraban estupefactos.
—¿Estás bien, Eusebio? Los niños nos han avisado de que andabas gritando
solo con un balón…
—Oh, no os preocupéis, estaba haciendo un poco de deporte.
Aquel revuelo que se montó por mi causa me molestó, más que preocuparme.
Nunca se habían interesado en mi vida y cuando parecía que me había trastornado
venían los muy morbosos… A partir de aquel día tuve más cuidado con los vivos a
la hora de hablar con mis muertos. Tendría que encontrar el espacio y el
momento adecuados.
Cuando murió mi madre, casi fue un consuelo. Llevaba en coma mucho
tiempo, y tenía ganas de verla otra vez en su plenitud. Al principio tuve
miedo, ¿y si no se me aparecía? En el cementerio me quedé solo observando su
nicho, mientras dos ancianas chismorreaban detrás de mí. A esas alturas ya se
había corrido el rumor de que estaba zumbado. Cuando vieron que todo permanecía
inalterable, se fueron cogidas del brazo.
Me marché a la playa, el zumbido del viento golpeaba mis oídos, las olas
se acercaban y removían la arena, yo también lo hacía con mi zapato intentado
destapar algún recuerdo: quizás el de una mujer que se acerca a la orilla con
un vestido corto de verano; lleva un niño de la mano. Juegan a querer y no querer
tocar el agua…, está muy fría. Sonríen nerviosos. Corren, tropiezan y caen en
la arena rotos de la risa…
Una figura femenina se acercó a mí. Era inconfundible: el pelo rubio
suelto, andar desgarbado, arrugas incipientes, sonrisa confortante. Por fin, un
suspiro infinito.
Volví a llorar de nuevo, pero esta vez era de emoción, de gratitud.
sábado, 11 de noviembre de 2017
CINE: LA NOCHE DEL CAZADOR.
LA NOCHE DEL CAZADOR (1955)
Charles Laughton (Reino Unido, 1899- Estados Unidos,1962)
Basada en una novela breve de Davis Grubb, esta película supuso la única
como director de Charles Laughton, actor inolvidable de películas como Esmeralda la zíngara
o Espartaco, y complicado de dirigir según Hichcock: “A lo máximo que se
puede aspirar con él es a ser árbitro”.
Con esta cinta nada fácil de clasificar (thriller gótico, cuento de
hadas con pesadilla, fábula inquietante…) Laughton demostró que tenía madera para
dirigir, pero la crítica no le acompañó en su momento y no volvió a ponerse
detrás de las cámaras.
La historia está ambientada en la época de la depresión norteamericana.
Un ladrón y asesino confía un dinero a sus hijos para que lo escondan momentos
antes de ser detenido por la policía. Es condenado a la pena de muerte pero
antes, en la cárcel, conocerá al “predicador” Harry Powell (Robert Mitchum) y
le contará su historia. Una vez cumplida su condena, Powell sale de prisión
ataviado con sus atuendos y su característico sombrero. Se acercará a la aldea
donde vive esta familia, engañará a la mujer del difunto, Willa (Selley
Winter), para casarse con ella y comenzará la pesadilla para sus hijos John
(Billy Chapin) y Pearl (Sally Jane Bruce), ya que su único objetivo es
encontrar el dinero escondido por ellos. En este sentido es de alabar sobre
todo la interpretación del niño Billy Chapin, aunque por alguna curiosa razón a
Laughton los niños actores no le gustaban y tuvieron que ser dirigidos casi
siempre por Robert Mitchum; un dato curioso teniendo en cuenta el rol que
representaban cada uno en la película.
Acostumbrados a ver a Mitchum en otro tipo de papeles, aquí encarna a la
perfección a este peculiar y memorable malo que lo mismo nos produce terror que
desconcierto. Con las palabras Hate (odio) y Love (amor) tatuadas en sus
nudillos, sermonea y engatusa a sus víctimas con una charla alegórica sobre el
amor que acaba venciendo al odio. Es muy representativa la escena en que el
niño observa aterrado desde un granero, la figura cantarina de este personaje
en una colina y la expresión confundida: “¿Es que nunca duerme?” del pobre
chaval.
Y es que la película, en su mayor parte, es la persecución del hombre a
los dos niños. A pesar de que está salpicada con “extraños” momentos de humor,
la historia es muy humana y sobrecogedora. La desolación y desamparo de John y
Pear es absoluta cuando se percatan de que ningún adulto les va a ayudar y que tienen que emprender la huída en una barca
río abajo: esta parte es especialmente fantástica y maravillosa.
Si Robert Mitchum representa el mal y todo lo que es capaz de hacer, el
personaje de la gran Lillian Gish, Rachel, personifica la bondad que todavía
habita en el ser humano. Como protectora de los niños se enfrentará a Harry
Powell; en este sentido es de destacar la escena en la que la sombra de su
figura empuñando un rifle se plasma en la pared dentro de la casa. Mientras,
afuera, el predicador entona un himno religioso al que se le une Rachel
añadiendo su voz, y así exorcizando todos los males representados por Powel.
Es una cinta inquietante y hermosa, perturbadora y emotiva. Son
adjetivos que a priori pueden casar mal pero que se observan con detalle en
esta joya del cine. Es una película que descoloca bastante en una primera
visión. El Mal en su máxima expresión, puede ser el protagonista de la historia,
pero también lo son el fervor religioso que nos puede llevar por sombríos
caminos, la perversidad infantil y la oscuridad.
Todo ello visto desde la óptica del mundo de los niños donde todo es
posible: el miedo, los ogros, las pesadillas…, pero también la esperanza y el
amor.
TRAILER de la película:
domingo, 5 de noviembre de 2017
RELATO: ¿DESENCANTO?
—Es de madera de cedro del Líbano, huélelo. —Dani alude a un joyero
antiquísimo de su abuela que me ha regalado. Vamos paseando por el barrio de los
pescadores y tengo que volver a sacarlo de la bolsa. "A mí me huele a
ceniza vieja" he pensado. Pero no se lo he dicho, por supuesto. Ya me ha
mirado como a una alienígena cuando se ha enterado de que no me pongo joyas.
¿Por qué la gente se tiene que deshacer de cosas supuestamente sentimentales
obsequiándoselos a personajes desaprensivos como yo que acaban de conocer? ¿Realmente
cree que estamos viviendo un idilio de enamoramiento perpetuo desde que nos
conocimos borrachos en aquella verbena hace dos semanas?
—Le daré otros usos. —He tenido que tranquilizarle. "Para recoger
los excrementos del perro cuando le saco a pasear, por ejemplo" he
pensado. Tampoco esto se lo he dicho. A veces creo que no tengo sentimientos,
que me gusta recrearme en situaciones que seguramente no van a darse y que me
provocan un morbo indescriptible. Acabo de imaginarme a Dani sorprendiéndome
con la mierda del perro dentro de la cajita de madera de cedro de su abuela. No
sé a qué juego.
Seguimos andando muy despacio, muy muy despacio, Dani parece querer
darle un aire nostálgico y romántico a nuestro paseo y eso me repele, no me
gusta. Empiezo a sentir angustia con tanta parsimonia y acelero el paso. Él me
sigue sin rechistar, lo cual no hace más que molestarme más, ¿no le afectan
esos cambios bruscos en mi ánimo, en mi actitud? ¿Qué es lo que busca en mí?
Llegamos a los acantilados. Miro al cielo: nubes arremolinadas, negras, condensadas
que dejan entrever una esfera amarillenta… Una espesa niebla a nuestros pies.
—¿No te recuerda a Turner? —le comento.
—¿Cómo?
—¿Sabes quién es?
—Me suena algo, de estudiarlo en el insti…
Mentiroso… Eso no se estudia en
el insti. Si hay algo que odio es que alguien vaya de lo que no es. ¡Cojones!,
si no sabes de qué te hablo, dímelo abiertamente farsante.
—¿Vas al gimnasio? —me pregunta.
“¿A qué viene esto?”
—Iba, lo dejé porque no soportaba a tanta gente sudando a mi alrededor.
Prefiero dar un paseo en bici.
—En la verbena no parecías muy a disgusto con toda esa gente alrededor
sudando.
“Touché”
—Sí, había bebido mucho.
Lo cual quiere decir que no era muy consciente de lo que sucedía, ni de él
tampoco. Por eso estamos aquí ahora intentando salir de este entuerto en el que
nos hemos metido. Una sinrazón que dura ya quince días, ni más ni menos. Puede
resultar incluso gracioso, da la sensación que nos queremos dejar en vergüenza
mutuamente (¿delante de quién?) Y sin embargo cada tarde de cada día, desde que
nos conocemos, damos el mismo paseo hasta la playa.
Dani me ha adelantado y ahora está mirando a la nada, dándose aires. De
pronto comienza a hablar de su familia, de que si su padre es carnicero o algo
así (¡por Dios!), no me entero muy bien, ya que me está dando la espalda y el
pobre no se da cuenta de que su voz se proyecta hacia delante, y solo puedo
escuchar un eco como de ultratumba de lo que dice. Su madre se fue cuando era
muy pequeño y se las han tenido que arreglar solos con su abuela que ahora está
muy enferma (la del joyero de madera de cedro). No es que sea una insensible,
pero supuestamente estamos tratando de iniciar una relación, si está intentado
dar pena… no creo que sea la manera. No hace nada para seducirme, para parecer
atractivo. Y mi cabeza imagina algo raro: ¿y si me acercara a él, que está a
escasos centímetros de la cornisa, y le empujara levemente con una mano?, ¿qué
pensaría mientras está cayendo a la nada? ¿Se giraría un momento para mirarme
con ojos incrédulos y aterrorizados, o caería sin más, agitando brazos y
piernas como un poseso?
¡Dios!, estoy delirando, esto se ha convertido en algo inaguant…
Dani se ha dado la vuelta. Tiene los ojos vidriosos, parece que ha
querido llorar y no ha podido. Pero su cara está realmente desencajada.
—Lo siento, no quería…
—No te preocupes. —Incluso parezco sincera.
A esto le sigue un tenso silencio. Dani hace una mueca extraña como
queriendo recapacitar, rastrea al suelo y acto seguido me lanza una mirada
aturdidora. Algo ha cambiado en su cara, no sabría decir qué… Da tres pasos
lentos sin dejar de mirarme y se sitúa junto a mí, me está rozando. Y yo siento
una extraña electricidad. He comenzado a sonrojarme, ¿qué está pasando? Su dedo
acaricia me dedo meñique ligeramente. Suspira, coge aire, vuelve a suspirar. Su
cabeza se acerca a mi oído.
—Me encantaría verte desnuda —susurra.
Mmmmm, eso sí que no me lo esperaba.
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