jueves, 6 de octubre de 2016

HISTORIAS VIAJERAS

Historias viajeras: Finalista segundo concurso de diarios de 'Nómadas'


En este enlace se puede escuchar el diario de viaje que quedó finalista en el segundo concurso de diarios de "Nómadas" de RTVE (botón play de color naranja arriba a la izquierda).


ATACAMA

Domingo, 3 de marzo de 1985.

Conmocionado aún por el golpe, acabo de consumir la última gota del elemento esencial en el desierto: el agua. Tres cantimploras en cuestión de horas. A partir de este momento, cada respiración, cada paso, cada movimiento desgastará mi cuerpo magullado. El sol ha trazado una curvatura hasta su cenit. Él y yo formamos una vertical siniestra, un juego de persecución que comenzó a las ocho horas. Al mediodía llega el auge en la partida. Atacama, precioso enemigo.
El coche se encontró a las siete horas, con un cambio de rasante inesperado, complicado accidente a 100 km/h, volando hacia el infinito, estampado contra la arena, y vuelco final. Algunas heridas leves. Insólito. Parece que han pasado dos años, y solo han sido cinco horas. Empiezo a contrarreloj mi lucha por la supervivencia.
Comienza a soplar el viento. En cuestión de minutos llega a ser huracanado. La arena me hace daño en su choque contra la piel. Cierro los ojos. Me hago una bola en el suelo, y espero que amaine. Al cabo de cinco minutos estoy semienterrado. Al cabo de otros cinco, el viento ha desaparecido. Florezco y me sacudo.
Observo el horizonte, algo azul grisáceo se balancea y me marea la vista. ¿Un oasis? No, alucinaciones. Ilusiones de un loco deshidratado. Son las dos de la tarde. Tengo comida en la mochila. No es conveniente, el cuerpo reclamaría el líquido complementario. Tengo sueño, quiero dormir, sin embargo mis piernas se mueven por inercia. Ya no soy capaz de dar órdenes a mi cerebro, no sé lo que las impulsa. Me sorprendo con la boca abierta y los ojos semicerrados. Intento cerrarla y abrirlos respectivamente. Noto la tensión en mi cara y las grietas que se forman al volver a la compostura. Son como los surcos del suelo de Atacama. Empieza mi simbiosis con el desierto.
El reloj se ha parado, pero deben de ser las cuatro de la tarde. El tiempo se agota. A partir de ahora la temperatura irá descendiendo hasta alcanzar una temperatura bajo cero. Inviable. Empiezo a dudar, un poco tarde, de este reto. Intento demostrarme algo a mí mismo que no le interesa a nadie. ¿Por qué lo hago?
Al principio un frescor reconfortante se adueña de mi cuerpo. Dura poco. Empieza el agarrotamiento de los músculos, y mi cabeza empieza a tiritar toda ella en un loco bamboleo. Me duele cada paso. Mis rodillas son como rocas graníticas. Flexión y estiramiento. Intento dar una zancada cada veinte segundos. ¿Qué quieres de mí, Atacama?
Unas luces me deslumbran. Me llevan en volandas. Un dialecto que no logro comprender. Un traqueteo que dura una eternidad.
Por la noche me encuentro en un hospital. Tubos, goteros y pinchazos. Mi cuerpo necesita un reinicio en profundidad. Sin embargo, a pesar del sufrimiento, de los golpes, del dolor, mi cerebro se encuentra en una inusitada lucidez. No has podido conmigo Atacama. Tengo que seguir la ruta trazada. Necesito llegar a Tierra de Fuego.

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